jueves, 16 de febrero de 2017

Sky is falling - Cuento

Por un instante, al correr, sintió que flotaba sobre el ardiente asfalto. Cada vez estaba más cerca de cumplir su sueño, de conocer a su madre, abrazarla, besarla y contarle todas las aventuras que había vivido a lo largo de sus casi dieciocho años. Le hablaría de la primera cartera que robó, de aquella enorme caja en la que vivió durante algunos meses –hasta que una ventisca la alejó lo suficiente de él, provocando que un recolector la tomara y se la llevase–, de aquel día en que una pareja acomodada le dio el billete más grande que había recibido jamás. También le narraría sus días más tristes, como aquel en que fue expulsado del puente bajo el que se refugiaba de la lluvia, quedando solo y mojado en mitad de la acera. O esa vez en que la policía lo descubrió intentando robarle el bolso a una mujer. O de todas las ocasiones en que no tuvo dinero suficiente para comer y ningún alma caritativa le ofreció un poco de pan, dejándole con el estómago vacío y el ánimo desplomado.

Sus zapatos rotos rozaban el asfalto con más ímpetu que nunca. Con la destreza adquirida por la experiencia de persecuciones policiacas, esquivaba a las personas que estaban próximas a él. Pero ahora no había policía alguno, no corría intentando evitar a alguien, sino que buscaba llegar al inmenso edificio del centro de la ciudad que, debido a su tamaño y extraña decoración, sobresalía del resto. Ahí estaba el inicio de su sueño.

La vida del joven no había sido sencilla; lo primero que recuerda es una infancia en la que había aprendido a defenderse, a ganarse la vida y a sobrevivir en aquella gigantesca urbe. Sus maestros habían sido otros vagabundos, los cuales lo habían criado desde que lo encontraron deambulando por las calles, llorando y con la ropa sucia. Con el tiempo, supieron que el pequeño había escapado de un orfanato.

Hacía ya tiempo que todas las monedas que caían en sus manos tenían dos funciones: Alimentarle y comprar boletos de lotería. El vendedor al que acudía sentía algo de lástima por el mendigo que siempre se llevaba una decepción por no ganar nada en los más de setenta boletos que había comprado. Pero no perdía la fe; cada dos semanas acudía religiosamente a adquirir uno, salvo aquella ocasión en que el dinero fue escaso y tuvo que elegir entre comer o comprar el boleto. Fuera de ello, seguía yendo a rascar las casillas, esperando que algún día su sueño se hiciera realidad.

Al entrar al edificio, recordó a sus antiguos mentores que se reunían cerca de ahí. No les veía desde aquella vez en que intentó robarle a uno de ellos y fue expulsado del grupo. Pero el pensamiento se desvaneció cuando, después de haber hablado con diversos empleados y pasado por un montón de papeleo, recibió el cheque concerniente al premio mayor. Jamás había visto tantos ceros juntos.

Los siguientes días fueron simples preparativos; cobrar el cheque y conseguir el vuelo privado fueron las prioridades, pero también se hizo de una casa donde guardar el dinero, se compró ropa nueva por primera vez y supo lo que era comer en un restaurante. Ni las prendas ni el platillo eran excesivamente caros, pero para el otrora indigente eran lujos que se dio durante los días siguientes, hasta que llegó el momento que tanto había esperado.

Aquella tarde, subió al avión. Dentro se encontraba únicamente el personal que ofrecía la compañía, aunque el chico sólo tuvo contacto con las azafatas. Se acomodó en su lugar, esperó a que el despegue hubiera concluido y entonces, se acercó con los asistentes de vuelo.

-¿Ya estamos a la altura máxima a la que llegaremos? –preguntó el joven

Ellas respondieron afirmativamente y el chico preguntó por su madre, que se encontraba “en el cielo”, y había ido en su búsqueda. Las dos azafatas pensaron que era una broma hasta que notaron la inocencia del muchacho en sus ojos. Con mucho pesar, entre ambas le dijeron que había cometido un error al creer que su madre estaría ahí. El chico no lo comprendió; se limitó a levantarse y tomar uno de los paracaídas que la compañía ofrecía para disfrute del cliente. Después, caminó rumbo a la puerta de la aeronave y la abrió sin mayores complicaciones –Esto debido a que el paracaidismo era habitual entre los usuarios–.

-¡Su madre no está afuera, en el cielo! ¡Ella murió! –gritó una de las aeromozas. Y el chico siguió sin entenderlo. Sintió el viento en su rostro durante un par de segundos antes de lanzarse del avión, pensando en las palabras que acababa de escuchar. “Ella murió”, pensó. “Murió”. Fue entonces que asimiló la idea, supo a qué se referían las trabajadoras y por qué no había encontrado a su madre. Abrió su mente...


Mas no así su paracaídas.

Curiosidades

  • La idea original surgió mientras escuchaba una instrumental de rap, por lo que pensaba escribir una canción en vez de un cuento.
  • Lo escribí en dos días; originalmente era más extenso, pero al tener unos parámetros para el concurso, lo reduje y recorté.
  • El título es un homenaje a este gran tema de Nujabes y C.L. Smooth:


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